Estoy con ella. Lejos, inalcanzables. Acá no llegan los ojos de los críticos, de la muchedumbre, del exterior. En este lugar, elescrutinio es el mas severo de todos. Sus ojos inocentes y cautivadores, sagaces en la mirada, intentan descubrir que estoy pensando. Somos dos, y el resto no importa.
La abrazo, me abraza. Un torrente de pensamientos fluye por mi cabeza como si del carril rápido de una autopista se tratara, pero van a contramano. Se mezclan perdiendo la linea que divide el pasado y futuro. El presente no entra en el análisis y se resume a un desfile de opciones que pueden desembocar en el abismo o el cielo, con el mismo margen de probabilidades.
Entonces, como un jugador compulsivo de casino, decido hacer la última apuesta de la noche. Esa que te deja la mayoría de las veces en la calle, desposeído y vacío. Al igual que el apostador, tengo una fe basada en nada, pero está. Cierro los ojos, apoyo mi mejilla con la suya, y siento mi ritmo cardíaco acelerarse contra su pecho. Ella permanece en su lugar, sin darme indicios en esta oscuridad que me abruma y atormenta por un segundo, donde el salto ya no parece tan seguro. De todos modos, ya es irresistible la tentación de sellar tanto sentimiento y darle un orden a este caos que me abruma. Pierdo el control de mi cuerpo y ensayo un beso timido, en la comisura. Me siento un niño. Tiemblo. Tiembla. El instante se vuelve eternidad. Doblo la apuesta y centro mis labios en su boca. Mi beso se corresponde y entonces pierdo el control de mi alma.
El carcelero de mis silencios abre la celda y me permite expresar todo lo que me tenía mal. Se borran mis problemas, me vuelvo etéreo. Sonríe. Sonrío. Dejo caer mi guardia, que me agotó durante tantos años mantener.
Ya no queda nada. Ya solo quedamos nosotros.
domingo, 18 de octubre de 2009
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