jueves, 14 de enero de 2010

Bittersweet

Tengo un fantasma que me persigue. Si, dicho así, suena paranoico, supersticioso y supernatural, pero ustedes saben como es el marketing. Una primera frase así, como que atrapa.
Una vez al año, para poner un tiempo que no necesariamente es ese, pero que difícilmente no lo es, sueño con ella. Vamos a desistir de ponerle nombre, porque no quiero que se entere de esta extraña obsesión, recurrencia y demás. Lo que menos necesito en estos momentos es una orden de restricción judicial.

Por ende, para preservar su identidad (y mi libertad) vamos a llamarla K.
El tema es que dada la combinación de mi tequierismo con un litro de inestabilidad emocional y una pizca de esquizofrenia, últimamente vengo rebotando de relación en relación y llegue a convencerme de soy incapaz de enamorarme.

Y con esto no me refiero a festejar San Valentín, caminar de la mano por la costa, o mirar un atardecer abrazados y besándonos. Hablo de un amor verdadero, de ese que sentís realmente cada momento que están juntos y sufrís los que no. El que revoca todas tus pretensiones de no-soy-celoso y te hace salir a flor de piel el instinto de preservar a la chica que sentís, querés a tu lado el resto de tu vida. Que cuando se va definitivamente, se lleva un pedazo de vos.
Y no, no puedo quedar enamorado, a menudo pienso que soy estéril en ese sentido. Pero cuando comienzo a abrumarme con esto, a deprimirme casi sin remedio, K, cual héroe y villano, ángel y demonio, aparece en mis sueños. Sueños que no me muestran un futuro probable, sino un pasado mejor. Y lo peor, es que lejos de una idealización, son fragmentos que sucedieron apenas tiempo atrás.

Entonces, a la vez que caigo en el pozo de la nostalgia como si fuera un agujero negro sin escapatoria, encuentro la moraleja agridulce que me regala. Una vez amé. Ame con toda mi alma, sin restricciones y sin límites. La extrañe cuando no estuvo y la conforté cuando sí. La celé aún contra todas mis fuerzas y me brinde sin un ápice de egoísmo.

Y caigo en la cuenta de que si alguna vez sucedió, las chances de poder volver a sentir siguen intactas.

Así, la dualidad se apodera de mí. Me regala la esperanza debida, combinada con el dolor de su ausencia, ausencia presente que no puede faltar.

By Lilith